miércoles, 12 de mayo de 2010

¿Qué es en realidad esto que llamamos amor?




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Hemos confiado en que los cuentos nos expliquen las complejidades del amor, en relatos de dioses celosos y flechas. Ahora, sin embargo, estas narraciones- parte fundamental de toda civilización- pueden estar cambiando al tiempo que la ciencia interviene para explicar lo que siempre hemos concebido como mito, como magia. Por primera vez, las investigaciones recientes han comenzado a develar el lugar que el amor ocupa en el cerebro, las particularidades de sus componentes químicos.
La antropóloga Helen Fisher podría ser lo más cercano que hayamos tenido a una decana del deseo. A sus 60 años, destila una seguridad muy sensual, con el cabello de color del maíz, suave como la seda, y una complexión esbelta. Fisher es profesora de la Universidad de Rutgers, vive en la ciudad de Nueva Cork y tiene un apartamento lleno de libros acerca de Central Park.
Ha dedicado una gran parte de su carrera a estudiar los caminos bioquímicos del amor en todas sus manifestaciones: Lujuria, romance, apego, en sus diversas variaciones e intensidades. Habla con atractiva franqueza y discute los altibajos del amor de la misma forma en que mucha gente habla de bienes raíces. “Una mujer usa inconscientemente los orgasmos para decidir si un hombre el conviene o no. Si él es impaciente y brusco, y ella no alcanza el clímax, podría sentir de manera instintiva que él tiene pocas posibilidades de ser un buen esposo y padre. Los científicos piensan que el voluble orgasmo femenino puede haber evolucionado para ayudar a las mujeres a distinguir al hombre adecuado del que no lo es.”

Una de las ambiciones principales de Fisher en la última década ha sido observar al amor, literalmente, con ayuda de una máquina de imágenes por resonancia magnética (MRI). Fisher y sus colegas Arthur Aron y Lucy Brown recultaron a personas que habían estado “Locamente enamoradas” durante un promedio de siete meses. Una vez dentro de la máquina MRI, se les mostraron dos fotografías: Una neutra y otra de su ser amado.

Lo que Fisher vio la dejó fascinada: cuando cada persona observaba a su amado o amada, las partes del cerebro relacionadas con la recompensa y el placer- el área tegmental ventral y el núcleo caudado- mostraban actividad. Lo que más emocionó a la investigadora no fue tanto encontrar un área, un domicilio del amor, sino rastrear sus senderos químicos específicos. El amor produce actividad en el núcleo caudado porque éste es el hogar de una densa proliferación de receptores para un neurotransmisor llamado dopamina, el cual Fisher llegó a pensar que era parte de nuestro elixir de amor endógeno. En las proporciones correctas, la dopamina provoca energía intensa y alborozo, agudiza la atención y motiva para obtener recompensas. Por esta razón, cuando estamos recién enamorados, podemos permanecer despiertos toda la noche, ver el amanecer, correr en una competencia o esquiar veloces por una pendiente que normalmente nos resultaría demasiado empinada. El amor nos hace audaces, nos vuelve brillantes y vigorosos, nos hace correr riesgos reales, de los cuales a veces sobrevivimos y a veces no.
Me enamoré por primera vez cuando tenía sólo 12 años del señor McArthur, un profesor que calzaba sandalias abiertas y usaba barba. Nunca antes había tenido un profesor varón, por lo que pensaba que aquello era muy exótico. El señor McArthur hacía cosas que ningún otro profesor se atrevía. Nos explicaba la física de las flatulencias. Demostraba como hacer explotar un huevo.
La inusitada constelación de necesidades que me llevó a amar a un hombre que hacía explotar huevos podría resultar interesante, creo, pero no tanto como mis recuerdos de los simples hechos físicos del amor. Nunca había sentido algo así. No podía sacarme de la cabeza al señor McArthur. Estaba nerviosa; me mordía el interior de las mejillas hasta sentir el saborcillo de la sangre. La escuela se volvió a la vez aterradora y emocionante. ¿Lo vería en los pasillos? ¿En la cafetería? Eso esperaba. Pero cuando mis deseos se cumplían, y divisaba a mi hombre, no había satisfacción; sólo me enardecía más. ¿Me había mirado? ¿Por qué no me había mirado? ¿Cuándo lo volvería a ver?


Donatella Marazziti, profesora de psiquiatría de la Universidad de Pisa, en Italia, ha estudiado la bioquímica del mal de amores. El haber estado enamorada dos veces y haber sentido su terrible poder la motivó a explorar las similitudes entre el amor y el trastorno obsesivo-compulsivo.

Junto con sus colegas, Marazziti midió los niveles de serotonina en la sangre de 24 personas que se habían enamorado en los últimos seis meses y que habían experimentado una obsesión por el objeto de su afecto durante al menos cuatro horas todos los días. Las serotonina es, tal vez, nuestro neurotransmisor estrella, al que alteran los medicamentos psiquiátricos estrella: Prozac, Zoloft y Paxil, entre otros. Desde hace mucho, los investigadores han conjeturado que la gente que padece el trastorno obsesivo-compulsivo (OCD) presenta un “desequilibrio” de serotonina. Parece que los medicamentos como el Prozac alivian el OCD al incrementar la cantidad del neurotransmisor disponible en las conexiones entre neuronas.
Marazziti comparó los niveles de serotonina de los enamorados con los de un grupo de personas que sufrían OCD y con los de otro grupo que estaba libre de pasión y de enfermedades mentales. Los niveles de serotonina tanto en la sangre de los obsesivos como en la de los enamorados eran 40% más bajos que los de los individuos normales. De modo que el amor y el trastorno obsesivo-compulsivo podrían tener un perfil bioquímico similar.
Traducción: El amor y las enfermedades mentales son difíciles de diferenciar.

Existen esperanzas, no obstante, para quienes se ven atrapados en las garras de la pasión: el Prozac. No hay nada como esta bala bicolor para disminuir el deseo sexual. Sin embargo, Helen Fisher piensa que el consumo de medicamentos como el Prozac pone en peligro la capacidad de enamorarse… y de permanecer enamorados. Al embotar el agudo filo del amor y la libido asociada con él, las relaciones se estancan. “Sé de una pareja que estaba a punto de divorciarse. La esposa tomaba un antidepresivo. Luego lo dejó, comenzó a tener orgasmos nuevamente, sintió otra vez atracción y física por su marido, y ahora están enamorados de nuevo”, dice Fisher.
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Extracto de National Geographic
Autor: Lauren Slater.
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Saludos & Abrazos
Sedart Kert.

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